17.12.06

16 DE FEBRERO

17/02/06
Dicen que toda buena novela empieza con una llegada. Me gustaría empezar mi historia con esa llegada tan esperada, esa llegada que le dé valor a la narración, pero ésta es sólo mi historia, ni buena ni mala, tan solo mi realidad.
Mi abuela siempre me dijo que yo era un niño especial, que el tiempo no se posaría en mis años, que la vida me tenía miedo y que por eso no se acercaba a mí. Yo era su pequeño, me tenía un cariño especial, nada parecido a lo que demostraba por sus otros nietos. Mi abuela me quería y me respetaba, me quería con toda su alma y me respetaba con todo el miedo que provoca aquello que no es normal. Juana Martínez del Bosque, mi abuela, murió a los 98 años en su cama cogida de la mano de Miguel Ruiz Llanas, su nieto, yo. Yo tenía entonces 9 años, vi la muerte llegar a los ojos de mi abuela, vi cómo su calor desaparecía y cómo su mano dejaba de latir. Mi abuela no me había visto llorar nunca y ni en el día de su muerte lo pudo presenciar.
Decían las viejas en el pueblo que yo era hijo de la muerte y los cuchicheos y rumores eran frecuentes a mi paso. Decían que era hijo de la muerte porque mi nacimiento costó la vida de dos personas; la del que por genética he de decir mi padre y la de mi madre. Mi madre era una chica joven y débil, la juventud la cura el tiempo pero la debilidad te acompaña toda tu vida. Madre, decía mi abuela, era todo lo contrario a mí, sonriente, dulce y confiada. A madre la violó quién, por genética, nueve meses después sería mi padre. Nunca llegué a conocer a ese hombre pues mi abuelo al enterarse de lo que había hecho a su hija salió con la escopeta de cazar, y cazó, sólo le hicieron falta 10 disparos, el primero para matarlo, los nueve restantes para calmar su dolor. La segunda muerte que reclamó mi vida fue la de madre. Sólo conocí su vientre pues murió en mi parto. Madre lloró tanto durante los nueve meses de gestación...bebí de su amargura y me alimenté de su dolor. Madre era débil, ya lo decía la abuela, y en el momento en que dió a luz se negó a seguir vivendo. Madre tampoco me escuchó llorar, ni ella, ni la comadrona ni ninguna de las personas allí presentes. Nací en silencio, abrí los ojos y me limité a respirar. Dicen que toda vida empieza con el llanto, que en el momento de nacer ya notamos lo que es sufrir y lo que significa una pérdida, lloramos porque sabemos que para vivir vamos a tener que desgarrarnos por dentro, que las lágrimas nos demostrarán que estamos vivos.
Mi abuela siempre me decía que el día menos pensado brotarían lágrimas de mis ojos y que ese día tendríamos que salir a nado de la casa. Ella quería que yo me sintiera normal, como el resto de niños que se arañaban la rodilla y llegaban a casa en un mar de llantos. Pero yo nunca sería así. Yo me alimenté de lágrimas y podía notar su gusto por mi garganta, las lágrimas me dieron la vida y no podía malgastarlas.
Llorar siempre ha estado ligado al dolor, y yo durante toda la vida he sido algo así como inmune a él. Mi abuela tenía razón cuándo decía que la vida pasaba por mi lado, así calladita, para que yo no me diera cuenta ni reparara en ella, porque la vida tenía miedo de mi ausencia de lágrimas, de que un día la pillara por sorpresa y me negara a seguir con ella como hizo mi madre. Pero madre y yo no nos parecíamos en nada...
Dicen que toda buena novela empieza con una llegada, pero ésta es sólo mi historia y la llegada se demoró hasta el final. Ayer volví a nacer, nací porque dicen que toda vida empieza con el llanto y ayer cientos, miles, millones de lágrimas brotaron por mis ojos. Ayer nací porque presencié el nacimiento de mi hija y sentí el amor en aquella habitación del hospital. Ayer lloré porque las lágrimas no sólo son de dolor. Ayer nací porque la vida dejó de esquivarme y de un zarpazo me hizo feliz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joer que se me ha caido una lágrima y todo (bueno es que soy mu lloron) y estoy sensible jeje

niña de azucar dijo...

eso es k estás premenstrual XD