14.2.07

CON LOS OJOS MÁS QUE CON LA BOCA

A los pocos meses aprendió su primera palabra, antes de llegar a cumplir los dos años era una cotorra; hablaba por los codos y esto sorprendía en una niña tan pequeña. Ya en el colegio los profesores se admiraban de su capacidad para el diálogo y del poder de persuasión que tenía sobre sus compañeros. Marta descubrió la fuerza de la palabra muy joven y sabía utilizar ese don que había adquirido para su beneficio.
Cuando Marta se lo proponía, de su boca no salían simples palabras; cada sílaba se unía a la siguiente creando una especie de sortilegio encantador del que nadie podía escapar. Las palabras eran su arma y su escudo. Y ella lo sabía.
Nunca tuvo gran dificultad para conseguir aquello que se proponía, su determinación y su habilidad siempre le ayudaron a alcanzar sus metas. Escaquearse de la bronca de mamá, conseguir aquella bicicleta, entrar en el concierto de aquel local sin tener los 18, ligarse al tío más bueno de clase... todo en su vida se revestía de una facilidad casi artificial, como si fuera un producto que hubiera comprado en unos grandes almacenes con una garantía total de su funcionamiento.

Nunca le costó conseguir lo que le apetecía, para ella la vida era como un gran self-service, pero hacía tiempo que sentía que iba a explotar de un momento a otro. Tenía empacho de cosas que realmente no deseaba con su alma. Tenía todo, pero se sentía vacía. Tenía todo, pero estaba sola. No encontraba quien le hiciera temblar en una conversación, era incapaz de conocer esas palabras que la hechizaran como en los cuentos. Buscaba su alma gemela, su fuente de inspiración.
Marta buscaba voces, sonidos, palabras, entonaciones. Le gustaba mezclarse con el barullo de gente en la calle, unirse a la multitud y escuchar...pero sólo era capaz de distinguir palabras inconexas, sin sentido, sin color, sin calor. Cerraba los ojos para poder concentrarse pero entonces la oscuridad en su mente se unía a la oscuridad de sus oídos.
Al cabo de un par de horas se daba por vencida y volvía a casa en metro. El silencio de la gente en el metro la relajaba, era el momento de descansar. Al día siguiente lo volvería a intentar. Pero al día siguiente la historia se volvía a repetir.
Marta siempre subía al tercer vagón del metro, se sentaba y miraba al vacío, el silencio la rodeaba y para ella no había nada más en ese momento. Aquél día entró alguien corriendo, se cerraban las puertas y no estaba dispuesto a esperar al siguiente tren. Las puertas se cerraban y el hombre hizo caso omiso al pitido que le avisaba. Le quedó la mochila pillada por las puertas y l agente corrió en su ayuda. Con tal alboroto era imposible disfrutar del silencio, así que Marta levantó la cabeza, miró hacia el hombre, que ya estaba sano y salvo dentro del vagón, y al volver la vista hacia el frente se cruzó con unos ojos que le golpearon el alma. Sintió como en su cabeza brotaban miles de palabras nuevas, sonidos desconocidos, sentía el latir de su corazón con un ritmo diferente. El silencio, que en el metro por fin se había recuperado, había desaparecido de su interior. Se levantó sin pensárselo dos veces y se dirigió hacia aquella desconocida que la había despertado de su letargo.
No te conozco, ni tú a mí -le dijo- pero te he estado buscando todo este tiempo, eres quien me completa, me has hecho encontrar las palabras que buscaba, en sólo 5 segundos me has hecho conocer sonidos que anhelaba.
Laura le sonrió, apartó la mirada de su boca y miró a los ojos de Marta. Sacó de su bolso un boli y una libretita, escribió...

Eres los ojos que he buscado todo este tiempo, con tu mirada he descubierto lugares que ni siquiera había imaginado, eres la luz que ilumina cada paisaje.

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