7.11.07

OTRA CAPA MÁS

Siempre volvía triste.
- ¿Qué te pasa pequeña?
Con un brillo delator en los ojos ella le contaba a su abuelo que en el camino a casa había un muro, un muro descuidado, olvidado, abandonado. La niña lo tocaba suavemente, con cuidado, no fuera que su manita lo hiciera caer y reseguía con sus dedos una enorme grieta que lo atravesaba de arriba a abajo.
El abuelo no podía soportar ver el dolor de su nieta, ver cómo cada tarde la tristeza se apoderaba de ella. Una mañana, bien temprano, se puso el mono de su antiguo trabajo y salió de casa con un solo fin; sentir la alegría de su pequeña y verla sonreír.
Rascó la superficie del muro y lo pintó de color mar (como le gustaba a su niña). Cuando estaba dispuesto a dar por finalizada su tarea deparó en la grieta que partía el muro. Sabía que la pequeña no podría ser feliz viendo como el muro se rompía en dos, así que compró unos carteles; de bosques, de animales, de cascadas, de flores... y tapó la grieta con un par de ellos.
La niña regresó a casa con una sonrisa inacabable, se agarró a su abuelo y lo abrazó como sólo saben hacer los niños. Así volvía cada tarde del colegio la pequeña, con la sonrisa dibujada en su rostro.
El abuelo vigilaba que el muro siempre estuviera bien; si se rompían los carteles pegaba otros, si la pintura se desgastaba le daba una nueva capa. Pasó un año y ni un día más vio su abuelo la tristeza resbalar por sus mejillas.

Tan feliz era el abuelo haciendo eso por ella... ¿cómo iba a ser capaz de contarle que al poco de pintar el muro ella había vuelto por otro camino? ¿cómo podría confesarle que la otra cara del muro seguía igual?

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